Comentario
Durante muchísimo tiempo la cerámica desempeñó exclusivamente su función específica -contención de líquidos, granos y provisiones- sin que se hiciera de ella un objeto bello, artístico. Luego, a partir de la fase calcolítica de Hassuna (h. 5800-5500) comenzó a bruñirse y a decorarse con motivos geométricos muy sencillos -rombos, triángulos, líneas puntilleadas-, haciendo de ella un objeto hermoso. Tras la cerámica de Hassuna apareció la de Samarra, mucho más interesante, de tonos monocromos y estilizadas decoraciones geométricas, zoomorfas y antropomorfas con tendencia a la abstracción. La audacia plástica de aquellos ceramistas les llevó a reproducir, parcialmente en relieve, sobre los cuellos de las jarras, rostros humanos (un ejemplar, en el Museo de Iraq).
Mientras se hallaba en pleno auge la cerámica de Samarra, se originó la de Halaf, sin discusión la más bella de toda la fabricada en cualquier etapa de la Historia de Mesopotamia y nunca después superada. Estaba hecha a mano y era de paredes finas, con engobe de tonos rosados o bruñida en algunos casos; la decoración de sus variadísimos tipos era polícroma con motivos geométricos, zoomorfos y florales bellamente realizados, pudiéndose ver en los mismos claros simbolismos religiosos. Su área de dispersión fue muy amplia, influyendo también en la cerámica del sur mesopotámico, en concreto, sobre la de Hajji Mohammed (una subcultura del período de Eridu).
La cerámica de la fase de El Obeid -elaborada a torno lento- está definida por sus tonos monocromos mates, marrones o verdosos y su decoración elemental, claramente geométrica. Técnica y artísticamente, era inferior a la de Halaf, aunque aportaba como novedad los picos, las asas y algunas originales formas.
Durante las épocas de Uruk y de Jemdet Nasr la plena utilización del torno de alfarero motivó la elaboración de una mayor cantidad de cerámica de variadísima tipología, pero de baja calidad. La pobreza artística de esta cerámica se vio compensada, sin embargo, con la fabricación de copas y vasos rituales, tallados en piedra, de largos picos y con incrustaciones de caliza y conchas coloreadas, formando metopas ornamentales con cuadriláteros, losanges, ojos mágicos y rosetas de ocho pétalos, como puede verse en un magnífico vaso de Uruk y en una copa de Khafadye, ambos en el Museo de Iraq.